miércoles, 24 de junio de 2015


Homenaje a Sergio Antillano González

Quiero comenzar  por dar mi agradecimiento a quienes hacen posible este homenaje a mi padre, con el cariño debido, y el reconocimiento expreso de quienes le conocieron cercanamente en sus funciones como periodista y como docente del oficio.
Yolanda Delgado, la brillante  artista, analista, gerente en el  presente de esta institución, que lleva la batuta en la conducción de la Biblioteca María Calcaño dado lustre al nombre de la poetisa, con Amanda  y el equipo completo que le acompaña.
A Eleonora Arenas, la hija del querido poeta y profesor Enrique Arenas, quien me dicen fue el propulsor de este homenaje a Sergio Antillano, y que forma parte de los inolvidables de nuestra vida en Maracaibo. Todos en fin, que han contribuido a la construcción de este homenaje.
Sergio Antillano González, el periodista, el docente, el padre, el amigo, el crítico, el polémico y el amoroso, el temperamental y el  de la ternura, fue un caraqueño sencillo ,hijo de Hilario Antillano, sastre de profesión,( la que combinó en Valencia con el cargo de inspector de espectáculos), y  Carmen González, madre que falleció tempranamente  y de quien papá hablaba con añoranza y de la cual decía que fue de las primeras mujeres en usar pantalones en Venezuela, obra de su marido sastre.
Huérfano de madre, su hermana mayor, la tía Amandita, ocupó el lugar de esta, dado que los tres hermanos quedaron solos, viviendo en la casita de la Calle Branger, en Valencia, en aquellos años entre la década de los 30 y los 40 del siglo XX.
Papá ubicaba su inicio en el periodismo a los 16 años, escribiendo reseñas de juegos deportivos. Contaba reiterativamente una anécdota con el escritor Enrique Bernardo Núñez.
Sergio muchacho entraba a la redacción del periódico con profunda timidez a escribir sus notas después de los eventos deportivos y para ello le prestaban una máquina de escribir, pero en una ocasión en que esperaba por ello, alguien, con cierta pícara maldad, le señaló la silla vacía ante la máquina del  escritor y le dijo escribiera allí su nota, el autor de Cubagua tenía fama de carácter estricto, sin contemplaciones, y de cierto celo por su espacio personal. Sergio se sentó, sin saber detalles, y escribió con entusiasmo su artículo. Entró Enrique Bernardo Núñez a la oficina antes de que el muchacho terminara y con sorpresa lo vio, optó por sentarse en silla aparte y mirarlo mientras finalizaba, en medio de la espera general, sobretodo de quienes calculaba una reprimenda espectacular para él. Pero el escritor se le acercó al verlo sacar el papel del rodillo de la máquina, lo tomó este en sus manos, lo revisó en silencio, le hizo una breve acotación y lo felicitó, poniéndole a la orden ese lugar, para sorpresa de todos los presentes. Para papá era un orgullo el contarnos esta anécdota.
Periodista pues desde la adolescencia, esa fue la señal directiva de su vida entera y señalaba el pulso de su conducta toda, le recuerdo corrigiendo exámenes y preparando clases con el radio y la televisión encendidas en simultaneidad. Amanecía siempre escuchando las noticias  y su hora preferida para impartir clases en la Escuela de Comunicación Social era la de las 7 de la mañana. De hecho quienes fueron sus alumnos confirmaran que a esa hora exigía a todos que ya hubieran revisado los titulares de la prensa impresa antes de entrar al aula, y en más de una ocasión se retiró de la sala porque nadie había leído nada y así no iban a ser nunca periodistas, escena teatral que les llevaba a perseguirlo al pasillo para prometer esa lectura para el día siguiente.
Su interés por el oficio y su práctica continua como motor de vida le llevaba a confrontar las informaciones de unos y otros medios y a preocuparse por los eventos espectaculares tanto como por los incidentes de lo pequeño, lo cotidiano o doméstico. Su amor por el periodismo estaba  a la vez circunscrito a un análisis polémico de las circunstancias de la profesión, no permitió nunca que ninguno de sus hijos estudiáramos  la carrera porque consideraba era un oficio ingrato, le escuché decir con frecuencia que la objetividad periodística terminaba por depender de los dueños de los medios, quienes desviaban la verdad de la noticia a su conformidad, que es decir: la de sus intereses económicos.
Papá fue un gran lector, un curioso del mundo, un hombre siempre polémico, incisivo, creador, inventor. Hoy pienso que su curiosidad y ese espíritu emprendedor nos empujó a todos en casa por caminos que conducen a mirar el mundo desde la perspectiva del involucrarse y participar, lejos de la indiferencia o el dar la espalda.
Su conexión con la literatura, el cine, la música, era absolutamente auténtica.  Recuerdo, por ejemplo, cuando nos leyó en voz alta fragmentos del Canto a mí mismo de Walt Withman, había regresado de la Facultad y traía a casa el libro con él, entró y empezó a leerlo con mucha emoción y me pidió le acompañara al patio detrás de la casa, donde terminó de leerlo de pie y como si estuviera en un escenario, haciendo énfasis en la enorme alegría de vivir que encierra ese poema.
Igual lo veo, como en una película, la primera vez que florecieron los captus que estaban en ese patio y nos fue a llamar para que le acompañáramos a ver las flores que habían brotado entre las grandes espinas, y habló de la belleza y el contraste. Lo recuerdo triste y contrariado en una ocasión en que dos turpiales que tenía en una jaula en casa se habían maltratado y juró enfáticamente que nunca más tendría pájaros enjaulados en casa.
Siendo yo la mayor de las hembras, mi propio nacimiento estuvo ubicado en una circunstancia trágica familiar, dado que cuando ocurrió mi padre estaba preso, por unos artículos que escribía con otros dos periodistas conocidos, y que firmaban “Los tres cochinitos”, expresando su confrontación a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Mi madre siempre me hacía recuento de aquellos días y sus dificultades, y de la imposibilidad de acceder a él durante el final del embarazo dadas las circunstancias. Papá fue un demócrata de corazón, con una profunda sensibilidad social, de los iniciadores del partido comunista venezolano, parte de esa generación de los Nazoa, de quien fue amigo entrañable desde su adolescencia, y con los que compartió desde lo familiar, lo político, las inquietudes intelectuales y los afectos.
Cando hojeo algunos de los libros que fueron de su propiedad se me convierte en una aventura revisar sus subrayados, lo que es una forma de descubrir cuál fue la lectura del otro, sus trazos me dicen aquello en lo que enfatizaba y con qué se entusiasmaba, y siempre encuentro detrás de esas palabras el manejo de sus conceptos de ética y justicia, cuyo peso se convertía en los pilares de una concepción del mundo y de la vida que había definido casi sin proponérselo.
Su pasión por el cine era otro de sus móviles de mayor peso.  Todo el cine clásico, el cine nuevo, se iba a Caracas desde Maracaibo porque muchas de las novedades no nos llegaban entonces sino ocasionalmente a las funciones del cine club universitario, proyecto al que estuvo ligado con los amigos de entonces, aquella gente del Grupo 40º Grados a la sombra, y otras instancias institucionales universitarias posteriores, recuerdo en casa las visitas y reuniones con José Antonio Castro, Imelda Rincón, Esther María Osses, los Urdaneta, Sergio Facchi, el chino Hung, el chino Wong, Taratara, poetas, pintores, profesores, y recién llegados a Maracaibo, cuando los niños estudiábamos en la Lucila Palacios en Tierra Negra, en el patio de la casa donde vivíamos se probaban las películas del Cine-club Universitario, allí vi por primera vez y a una edad que hoy me asombra, nada menos que: “Los Olvidados” de Luis Buñuel y la “Juana de Arco” de Dreyer, por ejemplo.
Más tarde esa era como una “línea de acción” porque en la casa de El Milagro se proyectó, por ejemplo, en función “secreta” la película “Manuel” de Alfredo Anzola, que estaba prohibida por la junta de censura en Maracaibo, dado que cuenta las incidencias de un  cura enamorado de una de las fieles, y hasta la famosa película “Tango en Paris”, que tampoco se permitió en su momento en las salas comerciales de Maracaibo. Papá era un promotor del cine más vanguardista, un amante del celuloide en sus manifestaciones más díscolas y maravillosas. Es por ello que me parece un gran acierto de mi hijo Sergio Gómez, el haber fundado la Escuela Itinerante de Cine que coordina, con el nombre de su abuelo, Sergio Antillano, continuando así esa pasión por la difusión de un arte tan contemporáneo y sin fronteras.





lunes, 28 de abril de 2008

A los 31 años de fallecimiento de la artista Lourdes Armas


Hoy 28 de abril del 2008 se cumplen 31 años del fallecimiento de la pintora Lourdes Armas, hemos querido recordarla a los lectores a través de un artículo de la crítica de arte María Elena Ramos ,acerca de su registro pictórico de la ciudad de Maracaibo.
ESCENAS DE MARACAIBO María Elena Ramos
Lourdes Armas, dibujante e ilustradora nacida en Cumaná radicada en Maracaibo desde 1962 hasta 1977, fecha de su muerte, dejó para el arte venezolano una rica iconografía de la ciudad, concretamente de Maracaibo. Fue la dibujante que hizo uso de su limpia capacidad ilustrativa para contar historias, reseñar sucesos, describir lugares y jovializar el acto creador. Revela una amorosa mirada, detallada, acuciosa y a la vez libre y poética sobre las escenas de Maracaibo, ciudad y costa. Se impone el mar, la línea-borde de la costa que divide el cuadro, así como divide mar y tierra. La lengua visual de lo marino se nos multiplica en las embarcaciones, desde el pequeño bote hasta el gran barco "Zulia", pasando por los ferrys llenos de vehículos. Peces de distintos tamaños, pescadores lanzando redes, tomadores de sol frente a palafitos.
Por otra parte, la ciudad en tierra es pródiga en motivos para ser reseñados, narrados, dejados en la memoria: los carritos por puesto -Bella Vista, La Limpia, Ziruma, 5 de Julio, Santa Bárbara, El Milagro-, serán manera "móvil" de señalar los lugares de la región, mientras el mercado de Maracaibo, los cocoteros, los chinchorros y los animales de corral ofrecen la imagen del reposo, o de lo fijo y frecuente en la vida cotidiana. Por su parte, el banco americano, la iglesia y las procesiones nos hablarán de las costumbres y los ritos en el espacio urbano. Lourdes Armas dibuja las cuadras y las manzanas, y ellas se nos vuelven a la vez la lectura "geográfica" organizada y una lectura libre, no rigurosa, no matemática: es que a partir de un trazado de cuadros, círculos o rectángulos casi perfectos en su origen, las ciudades van creciendo (como este Maracaibo de Armas) como cuerpos vivos, imperfectos, expansivos en el espacio., Tragadores de espacio. La ciudad se desparrama, o crece como racimos, se concentra o se dispersa, se bifurca y se abre. En ella hay orden y caos. Estructura y desestructura. Y los dibujos de Lourdes Armas, al ser construidos con las formas múltiples, con la coexistencia de las más diversas escenas en un gran escenario y a la vez con la separación mínima (los blancos espacios) para señalar vacíos entre una y otra escena (entre una y otra calle, entre uno y otro grupo humano) serán dibujos de imágenes abiertas, crearán espacio visual atomizado, no unitario ni concentrado desde el punto de vista de la forma.
Lo colectivo, lo masivo, lo urbano múltiple son aquí, datos de lenguaje que ¡levarán necesariamente a la apertura del espacio y a una cierta fragmentación de las formas, colocadas aquí y allá sobre la superficie de la hoja. Hay una unidad temática general: la ciudad y su vida cotidiana. Pero tal unidad se expresa en formas visuales que no son unitarias sino de naturaleza múltiple. Cuando el artista atomiza las formas en el espacio del cuadro, ya no hay exactamente una (o unas) figuras centrales y principales, ya no hay, en rigor, una "forma protagonista", sino que existe una superabundancia de formas. Se rompe el "centro de interés" y el interés se generaliza a todos los elementos de la obra.
En el caso de Lourdes Armas señalaremos otra característica espacial: no existe aquí una “perspectiva jerárquica", que engrandezca o empequeñezca las figuras según su posición en el espacio o según los símbolos de poder que establecen diferencias entre los seres; no hay aquí un “ajedrez perspectivo" a la manera del artista arcaico, oriental, o popular. El espacio se construye para lectura vertical, para lectura horizontal, para lectura fragmentada o para lectura de conjunto. De arriba a abajo y viceversa. De izquierda a derecha y viceversa. No hay figuras menores o mayores, no se nos obliga para que nuestra mirada recorra las imágenes en una dirección determinada. No sólo el espacio es abierto. También nuestra lectura lo es.
María Elena Ramos (Revista Tópicos, N 558, Maracaibo, marzo 1986).

sábado, 12 de enero de 2008

Lourdes por Pablo Antillano

Lourdes
Pablo Antillano
pabloa@viptel.com
A Sergio
Lourdes Armas era una mujer verdaderamente muy bonita. Nunca iba a la peluquería ni se daba al maquillaje, llevaba unas grandes cejas negras al natural y se reía con los ojos. Reía con frecuencia y sus grandes ojos se le ponían chiquiticos y horizontales. Su cabellera era suave, negra y ondulada como la de todos los hijos de Mercedes Alfonzo y Rafael Armas. En el Zulia se le recuerda especialmente en estos días porque el Centro de Arte de Maracaibo Lía Bermúdez ha inaugurado el domingo pasado una retrospectiva con casi doscientas de sus obras, bajo la meticulosa y amorosa curaduría de Anabeli Vera-Marin.
Esta reunión de sus obras ha producido un profundo impacto entre sus hijos y sus amigos, que no se imaginaban que en aquel trabajo tan familiar, tan íntimo y cotidiano, pudiese estarse fraguando una obra tan extensa y consistente, un torrente poético de tan grande aliento. Quienes la veían todas las noches encorvada sobre su mesa de dibujo, destapando la tinta china, mezclando guaches y temperas, tizas y creyones, dándole vida a sus gallos multicolores, a sus desnudos flotantes y a su inagotable población de muñequitos, no asociaban esta tierna producción con las paredes de un gran museo. No era posible.
Las ciudades que Lourdes pintaba, con sus plazas y calles abiertas a la multitud, con sus techos y ventanales atesorando secretos familiares, salían de sus manos con la misma naturalidad que salía el arroz, la carne y el plátano nuestro de cada día. La misma Lourdes que pintaba era la que untaba de Griffin blanco los zapatos de Laura, la que zurcía los lazos de la primera comunión, la que cantaba boleros y canciones infantiles para dormir a los niños. El arte de la casa y el arte de su medio pliego parecían uno sólo, íntimo e indivisible, no podía adivinarse en esta laboriosidad la estatura de su proyección pública. Eramos todos demasiado chicos.
Solía pintar de noche, acompañada de su lámpara, sus cigarrillos y la tranquilidad de la casa. Siempre fumaba. Mientras vivió en El Silencio y en Los Chaguaramos compraba los cigarrillos al detal, pero ya en Maracaibo compraba paquetes y cajetillas. Durante el día podía vérsele entregada a la contemplación, su mirada se alargaba lejana hacia el techo, o hasta la Plaza de El Silencio o hacia el azul del Lago.
La pintura que cuenta historias
Todos disfrutaban también sus ganas de hablar, sobre todo cuando contaba sus cuentos. Cuentos del oriente que le vio nacer, el de su niñez y adolescencia. Contaba una y otra vez los mismos cuentos y se echaba a reir como si fuese la primera vez. Eran cuentos de Clarines, de Sabana de Uchire, del Unare o Aragua de Barcelona, llenos de personajes rurales, carencias materiales y picardía. A veces ofrecía una versión distinta de los cuentos que escribía su hermano, Alfredo Armas Alfonzo. Los reprochaba con ternura y se reía.
Viendo ahora el conjunto de su obra, sus allegados se sobrecogen. No alcanzan las paredes para colocar sus gallos, generosamente prestados por decenas de coleccionistas, que adquieren en conjunto una poderosa dimensión simbólica. Fue Roberto Guevara el primero que advirtió esta esencia cuando los llamo "pájaros solares de ruidoso cromatismo".
Gallos espuelados y altivos, adornados de múltiples colores y figuras geométricas, que sugieren inquietantes criptogramas. Al ver en conjunto estas imágenes, cualquier espectador puede sentirse tentado al desciframiento, como si una largo relato enigmático estuviese escrito a los largo de todos estos plumajes. Estos gallos que flotan en el espacio y, en ocasiones, acompañan a misteriosas mujeres desnudas, nos enlazan con una Lourdes desconocida cuya suavidad estaba habitada por este poderoso espíritu de la vigilia, del amanecer y de la resurrección permanente.
Individualizados, en su cromatismo personalísimo, cada gallo nos ofrece una historia propia. Abandonan la veleta que corona las casas y las torres de las iglesias para adquirir una dimensión terrena que remite a lo rural. Pero se elevan de inmediato hacia el sol a través de los colores y los símbolos, que expresan las marcas que en ellos ha dejado una vida larga y plena de episodios. Esta vocación anecdótica, que asume formas poéticas y abstractas en sus numerosas aves, se hace aún más explícita en sus dibujos de la ciudad.
Los cuentos de la ciudad
Los paisajes de Lourdes lucen discontinuos, lo que les aferra a la totalidad del plano es la multiplicidad de historias que transitan por las calles y las plazas. Su visión de Maracaibo, de los Andes, de la Plaza de El Silencio, de Monte Piedad, es la visión de un cronista que se detiene minuciosamente en cada historia particular.
La composición y el color terminan siendo subsidiarios, dependientes, de los cuentos. El espectador orienta su mirada hacia el detalle, hacia los fragmentos, hacia las leyendas y las crónicas breves que conviven en el escenario. Eso es lo que es cada cuadro: un escenario donde se desanudan los ritos de la ciudad, las fiestas tradicionales, los juegos, las costumbres, entretejidos con humor, pero también con un profundo sentido de documento.
DE esa misma manera atrapaban su historia las culturas milenarias del Mediterráneo, del Medio Oriente y del Africa. Tallaban en las puertas, en las montañas y en las piedras los eventos cotidianos de su vida. Todo en un solo plano: una cosa con la otra, unas arriba y otras abajo, de manera sincrónica, simultánea, imitando a la vida misma. Es posteriormente la escritura la que coaccionará al cuento y lo ordenará en forma lineal, una cosa primero y la otra después. Lourdes cuenta como los antiguos, cuenta como un pintor, no como un escritor. Tiende una mirada subjetiva que ve al mundo y a la vida en su totalidad, en su simultaneidad. Todo ocurre al mismo tiempo y en el mismo espacio.
A pesar de que los dibujos parecían hechos para sus niños, dibujos que conservaban un aire pueril y divertido, y a pesar de que así fueron disfrutados por todos, ellos estaban habitados por una profundidad a la que entonces no podíamos tener acceso. Eramos, sencillamente, muy chicos.
Lía Bermúdez, su gran amiga, con una generosidad que no es de este mundo, nos ha permitido, con esta exposición, entrar en el alma compleja de esta gran artista con la que compartimos, de chicos, la mayor parte de nuestra vida. Hoy tenemos la sensación de que nos perdimos algo y que aún tenemos mucho por descubrir.


Pablo Antillano en La BitBlioteca

lunes, 7 de enero de 2008

Lourdes Armas

Lourdes Armas nació en la ciudad de Cumaná (estado Sucre) en el año de 1927, en lo que ella recordaba por boca de su madre como un terremoto. Se crió en el estado Anzoátegui entre Barcelona, Clarines, Sabana de Uchire, Píritu y otros lugares de esa región que ella solía nombrar con frecuencia, y donde nunca faltaba la referencia al río Manzanares. Murió en Houston (Estados Unidos) el 25 de abril de 1977, durante el proceso de una operación por afecciones cardíacas.

Fue una artista visual (Dibujante, ilustradora y pintora). Trabajó muy joven en la Cartografía Nacional, en donde conoció a la artista Lía Bermúdez, de quién fue siempre gran amiga.

Estudio en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas. Su trayectoria como ilustradora puede seguirse a través de numerosas publicaciones venezolanas, entre las cuales se encuentran revistas y libros dirigidos a los niños, así como algunas de carácter humorístico. Miembro fundadora del Taller Libre de Arte (1948-1952) fue ilustradora de la Revista Tricolor del Ministerio de Educación, de la Revista El Farol de la Creole Petroleum Corporation, del periódico humorístico venezolano: El Morrocoy Azul, entre otros.

Creo diseños, que bajo su dirección, eran trasladados a tapices por artesanos guajiros. Desde 1961 se incorporó al movimiento cultural de la ciudad de Maracaibo, hasta su deceso en 1977. Participó en importantes exposiciones de carácter nacional.

Expuso individualmente en el Taller Libre de Arte, Caracas (1949); en la Galería 40 Grados a la Sombra, Maracaibo (1964); en el Centro de Bellas Artes, Maracaibo (1969) y en el Museo de Bellas Artes de Caracas (1972). Expuso colectivamente en el Taller Libre de Arte, Caracas (1949,1950, 1952), en el Instituto Cultural Venezolano- Soviético, Caracas (1950-54-65-66-69), en el Salón Oficial Anual de Arte Venezolano, Museo de Bellas Artes, Caracas (1950-51), en el Salón Arturo Michelena, Ateneo de Valencia (1955,1969);en el Salón d’ Empaire, Maracaibo (1967, 1972), en el Salón de Pintores del Zulia, Banco Mercantil y Agrícola, Maracaibo (1967); en la Casa de la Cultura “Andrés Eloy Blanco”, Maracaibo (1969), en la Sala de Exposiciones “Eugenio Mendoza”, Caracas(1972).

Contrajo matrimonio en 1949 con el periodista Sergio Antillano González, de esa unión nacieron seis hijos Laura, Lucia, Sergio, Gerardo, Amanda, Diana, y Pablo ( hijo de Sergio y la periodista Josefina Calcaño, fallecida en 1947).

domingo, 6 de enero de 2008

Sergio Antillano

Sergio Antillano González nació en Caracas el 7 de octubre de 1922 y falleció en la misma ciudad el 27 de abril de 1999. En 1949 contrajo matrimonio con la pintora Lourdes Armas.

Fue periodista de profesión, luchador social, profesor universitario por larga data, crítico de arte y abogado egresado de la Facultad de Derecho de la Universidad del Zulia.

Como periodista dirigió publicaciones como los diarios nacionales La Esfera, El Mundo y las revista Elite y Momento.

Fue conductor durante varios años de un programa de televisión en la desaparecida emisora Ondas del Lago Televisión, del estado Zulia.

Escribió como cronista deportivo, desde temprana edad.

En 1946 cuando se funda el Sindicato de Trabajadores de la Prensa, participa al lado de Rafael Calderón, (quien sería primer secretario general) María Teresa Castillo, Bernardo Dolande, Omar Pérez, Arístides Bastidas, Claudio Cedeño, Héctor Stredel, Martín Ernesto González, Oscar Pulgar y Raúl Agudo Freites.

Crítico de artes visuales, formó parte desde muy joven, de grupos de opinión paradigmáticos en los procesos culturales del país, como La Barraca de Mary Pérez, Contrapunto y el Taller Libre de Arte, cuyos principales integrantes fueron Mateo Manaure, Narciso Debourg, Luis Guevara Moreno, Pedro León Castro, los críticos y poetas José Gómez Sicre, Sergio Antillano, Aquiles Nazoa, Juan Liscano, Gastón Diehl y Oswaldo Trejo. En el Taller estaban: Alirio Oramas, Mario Abreu, César Henríquez, Virgilio Trompiz, Lourdes Armas, Peran Erminy, José Fernández Díaz, Rubén Núñez, Luis Felipe Martínez Gómez, Marius Snajderman y otros.

Formó parte en Maracaibo del llamado Grupo de intelectuales 40ª grados a la sombra, al lado de Alberto y Josefina Urdaneta, Miyó Vestrini, Carlos Wong, Sergio Facchi, Esther María Oses, Imelda Rincón y otros.
Participó activamente como periodista, crítico y animador cultural en la constitución del movimiento de la pintura zuliana de las décadas del 60, 70, 80 y 90.

Fue Director de Cultura de la Universidad del Zulia y fundador y director de la Escuela de Comunicación Social de la misma universidad.

Autor del libro de entrevistas: Hechos y personajes, Maracaibo, 1965.

Coautor de: Los pintores del Zulia.( Antillano, Sergio y Figueroa B, Hugo. Artistas del Zulia. Maracaibo, EDILAGO, S.A., 1977.)

Autor de Los Salones de Arte, Caracas Maravén S.A., 1976.Los Salones de Arte, libro que hace un recorrido por la creación y la participación de los pintores en los salones oficiales de arte de Venezuela, desde los inicios en la década de los 40 del siglo XX.

Fue colaborador de la revista Lagoven, en la que mantuvo un espacio de crítica a las artes plásticas, destacando la labor de los pintores zulianos.

Llegó al Zulia en 1960 como profesor de la naciente ahora Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia, y permaneció viviendo en Maracaibo hasta el año de su deceso en 1999. Fue padre de siete hijos: Pablo, Laura, Lucia, Sergio, Gerardo, Amanda y Diana. Tuvo nueve nietos y tres biznietos.

En el teatro Baralt se ha colocado su nombre a la sala del foyer en reconocimiento a su lucha mantenida por la restauración de dicho teatro desde la década de los 70.

Hoy la Alcaldía de Maracaibo anuncia la creación de un Premio al Periodismo de Investigación que llevará su nombre.